“Mi nombre es Juan Carlos Oviedo y soy el principal culpable de que Argentina perdiera la final del mundo a manos de Alemania en Italia ‘90.”
“¿Por qué? ¿Qué pudo haber hecho un niño que aquel entonces tenía diez años para incidir en un resultado de un partido de fútbol que se jugaba en otro continente? Aunque no lo crean, hizo mucho.”
“Como todo niño amante del fútbol, coleccioné las figuritas oficiales del Mundial. No parábamos de intercambiar figuritas en los recreos del colegio. A mi mazo de repetidas, que incluía tres Maradonas y un Caniggia, lo cuidaba como oro; nunca intenté cambiarlas en clase y terminar como todos esos compañeros míos a los que les confiscaron sus mazos.”
“Más lejos avanzaba Argentina en Italia, más crecía el entusiasmo. Ya empezaban a sumarse las nenas al mercado de figuritas, mientras los varones dejábamos de jugar picados en el patio para empezar a patear penales como si en el arco estuviera el mismísimo Goycochea.”
“Goycochea. Sergio Goycochea. “El Goyco”. Si los chicos futboleros del ’90 teníamos un sueño, ese era llegar a ser como el Goyco. Cada uno que atajara un penal pasaba a ser “el Goyco” por unos minutos. Y claro, ¿cómo no iba a ser el héroe argentino, si sus manos y sus reflejos debajo de los tres palos nos ayudaron a eliminar a Yugoslavia en cuartos y a Italia en semifinales?”
“Gracias al Goyco llegamos al sueño de enfrentar a Alemania Federal en la final. Gracias al Goyco volvíamos a repetir la final del ’86.”
“Era un sueño que moría en el álbum de figuritas.”
“¿Quién no quería tener a Goycochea en el álbum? Al parecer, la editorial Panini, ya que no lo tuvo tan en cuenta como el Narigón Bilardo. En el álbum aparecía Nery Pumpido como arquero titular y Luis Islas como suplente. La cosa, por si no lo recuerdan, es que cuando la Selección ya tenía sacado el pasaje para Italia, Islas no quiso ser suplente y se fue del plantel, por lo que Bilardo convoca a Goycochea para ocupar su lugar… y luego el lugar del propio Pumpido tras su lesión en el partido contra la Unión Soviética.”
“Que Islas desertara de la Selección fue algo tan drástico que me hizo imposible encontrar su figurita. Tanto fue así que faltando dos días para la final, la única figurita que me faltaba para llenar el álbum era la del bendito Islas. El último “nola” que pude conseguir fue la de un tal Tony Cascarino, de Irlanda, que me costó un Maradona. Pero Islas estaba tan perdido que ni Colón desde la carabela lo hubiera avistado.
“Eso sí, sobraban las de Brehme, había tantas de Lineker que terminaban pegadas en las sillas como chicle de bondi, cada botella tenía una de Bebeto pegada, las chicas se pasaban mensajitos en las de Roberto Baggio, o incluso había figuritas de Francescoli para cebar mates de acá hasta Montevideo, pero Islas… nadie lo tenía”.
“Ese viernes tenía que comprar unas cartulinas para no sé qué trabajo de la escuela, pero usé la plata para comprarme un sobre de figuritas. Me gasté los diossabecuántos miles de australes que me dio mamá para comprarme un último paquete de figuritas para el álbum. Al diablo la tarea; no iba a llegar a la final del Mundial faltándome una sola figurita para tener completo el álbum.”
“Ese día había por lo menos tres chicos antes que yo en la fila del kiosco, que me quedaba de paso mientras volvía solo (a esa edad ya podía) del colegio. Uno de esos chicos debía estar bastante peor que yo con su álbum, se llevó como veinte sobres. La cuestión es que cuando llegó mi turno, sólo quedaba un sobre medio pegoteado con el adhesivo de la caja contenedora. Cuando el kiosquero sacó el sobre de la caja, por accidente lo rasgó y dejó a la vista la base de la primera figurita… y no había dudas: era el buzo de Islas.”
“Ni bien pagué abrí el sobre y descubrí que estaba equivocado… pero fue la mejor equivocación que me podía pasar. Tenía que ser una ilusión, tan confundido estaba que reprimí el júbilo. A primera vista, y a segunda y tercera también, la figurita era igual que cualquier otra: tenía la pelota y la leyenda “Italia 90” en el extremo superior izquierdo, en el derecho estaba esa mascota de palos con los colores italianos, y en la base la banderita argentina. La tipografía era la misma, pero lo que la hacía única era la fotografía y el nombre al pie.”
“Porque el nombre al pie de la foto no era el de Luis Alberto Islas, sino el de Sergio Javier Goycochea.”
“Ni me importó que al volver mamá me castigara por no comprar las cartulinas y me prohibiera jugar al fútbol ese sábado; ya tenía la figurita del Vasco y con eso me bastaba. Tan valiosa era que dudé en pegarla en el espacio que le correspondía a Islas, tenía miedo de que el adhesivo la arrugara, pero más miedo tenía de perderla”.
“La penitencia del sábado me dejó tanto tiempo sin hacer nada que finalmente me colmó la paciencia y completé el álbum. Era el chico más feliz de la Argentina y si ENTel no nos hubiera estado debiendo la instalación del teléfono desde el ’84, me hubiera pasado la tarde entera hablando con mis amigos... o por lo menos los que tuvieran teléfono, pero esa es otra historia. Como hijo único, sólo tenía a mis viejos para compartir la alegría.”
“Ni bien me desperté el domingo, revisé el álbum y comprobé aliviado que mi ídolo seguía encabezando el plantel argentino. Las horas de la previa se hicieron tan largas que la ansiedad me mató el hambre, apenas pude terminar medio plato de ravioles. Esperé expectante con mis viejos a que la selección saliera a la cancha. Papá había comprado nuestro primer televisor color para ver el Mundial y la imagen era tan nítida que me estremecí de pánico cuando vi a Luis Islas con el buzo de arquero en vez de a Goycochea.
“Debí haberme quedado afónico de lo mucho que les grité y lloré a mis viejos para decirles que estaba el desertor Islas usurpando el lugar del Goyco en el arco, pero no me creyeron nada… y terminé ligando un sopapo cuando colmé la paciencia de papá. ‘O mirás el partido callado o te vas a tu cuarto’, me gritó. En silencio me quedé, aunque no hubiera podido hablar más de la impotencia cuando el mexicano Codesal, que hacía de árbitro, inventó un penal de la nada a favor de Alemania y en el arco estaba Luis Islas. Brehme puso la pelota en el punto de penal, la pateó y pasó lo que tenía que pasar: 1-0. Y unos cuantos minutos después, la Copa para Alemania.”
“Hasta este último día de mi vida sigo pensando que si me hubiera tocado la figurita de Islas en vez de la de Goycochea, otra hubiera sido la historia”.
“Pasaron veinte años de ese día, y como para marcar el aniversario, Alemania deja a la Argentina afuera del Mundial, esta vez en cuartos y con una goleada que no necesitó penales inventados. Quisiera poder dejarles el álbum de figuritas para que lo comprueben ustedes mismos, pero me acuerdo que lo hice papel picado en un ataque de furia cuando Lehmann se macheteó para eliminarnos del 2006.
“Nunca pude recuperarme del gol de Brehme.”
El oficial levantó la vista y contempló el nudo de la sábana que ahogaba el grito de gol de Juan Carlos Oviedo, mientras el fotógrafo forense disparaba una Polaroid para revelar al instante la imagen.
Tuvo que verla varias veces, porque el rostro en la fotografía no se parecía en nada al del cuerpo que colgaba de la sábana.
Extrañado, el fotógrafo le pasó la foto al oficial, que haciendo a un lado la carta miró la imagen y al instante acudieron los recuerdos de esa final de 1990, porque el rostro era uno que se le había grabado en la memoria del odio y de la bronca que le hacía sentir.
El hombre en la foto era un mexicano llamado Edgardo Codesal Méndez.
Álbum de figuritas: evidencia 1
Álbum de figuritas: evidencia 2
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