El sobre estaba perfumado. El aroma a rosas despertó mi curiosidad sobre lo que Laura pudo haber escrito. Lo abrí. Estaba escrito a mano y al pie de la carta brillaba el desenlace: la huella roja de sus labios carnosos. Tuve el impulso de machacar el papel de un beso, pero antes decidí leerla. El ritmo de las palabras describía rabia, dolor y abandono. La última oración resumía su contenido: “Jamás serán tuyos”.
Eso lo veremos.
Por lo menos yo tengo un empleo. Memoricé la dirección del remitente para después del recorrido y metí la carta en el morral.
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