Cuando muere un hijo, no hay parámetros que puedan medir el dolor. Sí es asesinado, la angustia y la rabia se incrementan. Pero en el caso de Cecilia, velar a su hijo, fue además, espantoso, repulsivo; fue un ritual asqueroso. José no sólo había sido asesinado, había sido metamorfoseado. El recuerdo de aquel hedor, que no pudo ser sofocado por los pañuelos, todavía me doblega. Fue impactante y desagradable que juraría haber sentido gusto a nausea.
Su asesino no dejó al José que conocíamos, lo transformó. Su asesino era un caníbal. Por respeto a José, no jalamos la cadena y velamos sus restos a cajón cerrado, pero aún así, nadie se animo a acercarse y mucho menos a besarlo. Solamente se benefició el cementerio, porque gracias a José ahora hay un hermoso jardín.
Su asesino no dejó al José que conocíamos, lo transformó. Su asesino era un caníbal. Por respeto a José, no jalamos la cadena y velamos sus restos a cajón cerrado, pero aún así, nadie se animo a acercarse y mucho menos a besarlo. Solamente se benefició el cementerio, porque gracias a José ahora hay un hermoso jardín.
¡Este es el cuento escatológico por antonomasia!
ResponderEliminarFede, estás en lo cierto. Mañana leé la revista Ñ, me dijeron que hay una sorpresa.
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