Clarín. Revista Ñ, número 302, Sábado 11/07/2009
Columna: Palabras Cruzadas
El gorila todavía estaba allí.
Extraño episodio en una lectura de poesía.
El autor – en caso el mismo que escribe estas líneas – había tenido relativa suerte. De las lecturas que hasta el momento se habían hecho el jueves 2 en las bibliotecas populares y librerías de la ciudad, por iniciativa de la Sociedad de Escritores (SEA), la suya no se había levantado por la peste. Sentados al acaso en las mesitas de la biblioteca Baldomero Fernández Moreno, las circunstancias parecían disfrutar del sol de media tarde que entraba por las generosas ventanas del viejo edificio cercano a la Chacarita.
¿Suerte? Un público multitudinario hubiese aumentado las posibilidades de todos de contraer la peste, que al día siguiente, según la desaforada cifra del ministro, tenía infectados a más de 100.000 (en ese momento no pasaban de 3.000). Nadie pensaba propiamente en la influenza y esas veredas barriales no la evocaban. De manera que: invierno, sol, buenas ventanas, poca gente en círculo ritual. Lo mejor para… El autor no había iniciado su lectura. Vio que la mirada del poeta Víctor Redondo, el anfitrión, se dirigía – diré que acompañada de alguna palidez – hacia la puerta. La siguió el lector, y entonces vio al gorila.
Era un gorila, sí. Que la mente rauda operación tranquilizadora, juzgó o una visión o un falso gorila, esto es, un disfrazado.
Y era un disfrazado. Porque no bien dio dos pasos se vio que la palma de esas manos parecían de hule.
Es decir, que varios se impresionaron. Hasta que de un modo u otro se supo – el gorila no hablaba – que se trataba de Barbú, “el primer gorila escritor”, un intelectual del mundo salvaje, de quien se registran apariciones en otros eventos y en la Feria del Libro y que hasta esta en Facebook. Un chiste. Salvo que el gorila se empeña en no hablar y se hace entender para permanecer escuchando poemas y luego para sortear un ejemplar de su libro.
Convengamos, diría Poe, que no es frecuente ver un cuervo aposentado sobre un busto de Atenea y graznando “Nunca más”. Ni tampoco un gorila negro en medio del público de una lectura de poesía durante la influenza. Flota un ligero aire siniestro, como sí, cómicamente, la peste hubiese entrado enmascarada.
El autor escucha luego por el receptor del radio taxi que alguien ofrece botellas de alcohol en gel a un precio “conveniente”. No hay gel ni alcohol en las farmacias… ¿Cuál es la peste?
Jorge Aulicino
Poeta y Director adjunto de la Revista Ñ
No hará casi un año que Susana Reinoso escribió la nota “Buenos Aires, ciudad de cuerdos locos” haciendo hincapié en el sacrificio de un novel escritor, casi me desmayó de la alegría y que el Sábado pasado Jorge Aulicino, un autor de semejante envergadura se molestó en mencionarme en su columna, es... justamente el gorila se empeña en no hablar y ahora en no escribir adjetivos de satisfacción. Es muy importante aparecer en ADN Cultura y en la Revista Ñ. Un apoyo anímico muy fuerte para continuar expresando mi imaginación. Es muy importante que Aulicino haya citado audazmente en el título el microcuento por excelencia de Augusto Monterroso “El dinosaurio”: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” Una comparación que ahorra palabras y compra lectores.
Las fotos en la carpeta de “Leer Despierta!”
Columna: Palabras Cruzadas
El gorila todavía estaba allí.
Extraño episodio en una lectura de poesía.
El autor – en caso el mismo que escribe estas líneas – había tenido relativa suerte. De las lecturas que hasta el momento se habían hecho el jueves 2 en las bibliotecas populares y librerías de la ciudad, por iniciativa de la Sociedad de Escritores (SEA), la suya no se había levantado por la peste. Sentados al acaso en las mesitas de la biblioteca Baldomero Fernández Moreno, las circunstancias parecían disfrutar del sol de media tarde que entraba por las generosas ventanas del viejo edificio cercano a la Chacarita.
¿Suerte? Un público multitudinario hubiese aumentado las posibilidades de todos de contraer la peste, que al día siguiente, según la desaforada cifra del ministro, tenía infectados a más de 100.000 (en ese momento no pasaban de 3.000). Nadie pensaba propiamente en la influenza y esas veredas barriales no la evocaban. De manera que: invierno, sol, buenas ventanas, poca gente en círculo ritual. Lo mejor para… El autor no había iniciado su lectura. Vio que la mirada del poeta Víctor Redondo, el anfitrión, se dirigía – diré que acompañada de alguna palidez – hacia la puerta. La siguió el lector, y entonces vio al gorila.
Era un gorila, sí. Que la mente rauda operación tranquilizadora, juzgó o una visión o un falso gorila, esto es, un disfrazado.
Y era un disfrazado. Porque no bien dio dos pasos se vio que la palma de esas manos parecían de hule.
Es decir, que varios se impresionaron. Hasta que de un modo u otro se supo – el gorila no hablaba – que se trataba de Barbú, “el primer gorila escritor”, un intelectual del mundo salvaje, de quien se registran apariciones en otros eventos y en la Feria del Libro y que hasta esta en Facebook. Un chiste. Salvo que el gorila se empeña en no hablar y se hace entender para permanecer escuchando poemas y luego para sortear un ejemplar de su libro.
Convengamos, diría Poe, que no es frecuente ver un cuervo aposentado sobre un busto de Atenea y graznando “Nunca más”. Ni tampoco un gorila negro en medio del público de una lectura de poesía durante la influenza. Flota un ligero aire siniestro, como sí, cómicamente, la peste hubiese entrado enmascarada.
El autor escucha luego por el receptor del radio taxi que alguien ofrece botellas de alcohol en gel a un precio “conveniente”. No hay gel ni alcohol en las farmacias… ¿Cuál es la peste?
Jorge Aulicino
Poeta y Director adjunto de la Revista Ñ
No hará casi un año que Susana Reinoso escribió la nota “Buenos Aires, ciudad de cuerdos locos” haciendo hincapié en el sacrificio de un novel escritor, casi me desmayó de la alegría y que el Sábado pasado Jorge Aulicino, un autor de semejante envergadura se molestó en mencionarme en su columna, es... justamente el gorila se empeña en no hablar y ahora en no escribir adjetivos de satisfacción. Es muy importante aparecer en ADN Cultura y en la Revista Ñ. Un apoyo anímico muy fuerte para continuar expresando mi imaginación. Es muy importante que Aulicino haya citado audazmente en el título el microcuento por excelencia de Augusto Monterroso “El dinosaurio”: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” Una comparación que ahorra palabras y compra lectores.
Las fotos en la carpeta de “Leer Despierta!”
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