martes, 15 de septiembre de 2009

Gloria

Dirían afectuosamente en otro pueblo que Gloria era una abuela sin nietos. Dirían porque no la conocen. A Gloria en el pueblo dónde vive la llaman bruja. La odian. Un odio que no se manifiesta, el insulto siempre se atora en la garganta del pueblo. El respeto a una persona mayor los silencia. Por eso los encargados se abstienen de mojar con la manguera a su perro pekinés que felizmente ella pasea sin cadenas. ¡Cuanto ama Gloria a su perro! Y claro, en el pueblo no tiene amigas, las demás abuelas todavía le tienen envidia por aquella belleza que la llevó al trono del concurso; tampoco tiene familiares cercanos, sus sobrinos están todos en el exterior, todos exitosos y qué alegremente los evoca cuando brinda sola por alguna festividad. Sí, brinda en soledad, después de todo el pueblo la odia.
El sacerdote también la odia, y una vez reveló una confesión de ella a las monjas y éstas no se demoraron en agravar y difundir su pecado frente al resto de los fieles. Y allí estaba recibiendo el cuerpo de Cristo de manos de un cura que intentaba ocultar una sonrisa cómplice que compartía con el pueblo que espera su turno de animarse y expresar su odio. Tanto odio se respiraba que una noche secuestraron a su padre.
No hay día que falten flores y laureles sobre la tumba de José, pero a los criminales no les importó que estuviera muerto, sabían que ella pagaría una fortuna por recuperar a su padre. Y si los agarraban, ¿cuál era la pena por profanar una tumba? Seguramente al amanecer estarían libres. Cometido el delito: la policía de oficio los capturó y la justicia de oficio los liberó. La policía no sabía que se trataba de su padre, sino los hubieran dejado escapar y pedir rescate. Los oficiales estaban cansados de recibir llamados por parte de “la vieja neurótica” como así la llamaban.
Como directora retirada, fue invitada con cierta reticencia por su antiguo colegio para celebrar el acto del día de la independencia, que justo coincidía con el día de su cumpleaños. Los padres que acompañaban a sus hijos se lamentaban de haber asistido, ahora se sentían otra vez alumnos de aquella malvada y exigente directora que a más de uno hizo repetir “O juremos con Gloria morir; o juremos con Gloria morir”.

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